¿Es posible expulsar a los mercaderes del templo de la vida? Reflexión ecológico-feminista desde América Latina
Ivone Gebara
Los ojos de aquellas mujeres brillaban de una forma poco habitual.1 Parecía que una luz multicolor les inundaba la mirada. No era una luz ni pura, ni impura. Era una luz mezclada que adquiría a veces un tono verde, otras un tono rojo y otras casi ceniciento en medio del arco iris de colores que danzaba en los rostros y en las miradas. Me refiero a las mujeres del Movimiento de Mujeres Campesinas que el día 8 de marzo ocuparon los laboratorios de la multinacional de celulosas Aracruz en Rio Grande do Sul y arrancaron plantas modificadas de eucalipto. Acciones violentas, tiernas, contradictorias, llenas de amor y justicia, llenas de odio por la injusticia. No importan las interpretaciones, lo importante es acoger la acción e intentar entenderla.
Miradas enrojecidas de cansancio y sufrimiento, del color de la ceniza por el temor y la injusticia del presente y del pasado, miradas verdes de esperanza al pensar en los campos llenos de judías y de maíz y en la sonrisa de los niños sin hambre. Y la mezcla de colores en la mirada y en el cuerpo se convirtió en acción de muerte y vida necesarias para el mantenimiento de la propia vida. ¿Este acontecimiento significativo para la gran mayoría de campesinas de Brasil supondría algún tipo de desafío para la teología? ¿Qué puede este hecho inusitado proponer como reflexión a la teología cristiana?
Las mujeres que invadieron los laboratorios de una multinacional llamada Aracruz osaron transgredir el “desorden” creado por el exceso de lucro de una minoría y buscar un nuevo orden en lo cotidiano. Es justamente el amor por la vida, por las cuestiones relacionadas con la supervivencia y las relaciones humanas cotidianas, así como con la supervivencia del planeta, lo que las impulsó e hizo actuar.
Sin saberlo, estas mujeres introdujeron otra concepción de pecado y de salvación, distinta de la que se enseña en una tradición cristiana masculina vinculada a los procesos de colonización y a la complicidad con la explotación. Son ellas las víctimas del pecado de los otros, es la tierra la que es víctima del pecado de los demás. En lugar de confesar primero su pecado, como se hacía tradicionalmente, ellas denuncian a partir de sus vidas el pecado del sistema capitalista. Las mujeres campesinas apuntan una vez más al pecado de la mercantilización de la vida, denuncian el lucro desde el derecho de cada ciudadana y ciudadano a una vida digna, denuncian la explotación irresponsable de la tierra y anuncian con fuerza el protagonismo femenino a favor de la justicia y la libertad.
Me gustaría, a la luz de la acción de muchas mujeres del campo, proponer algunas ideas breves en torno a los conceptos de pecado y “salvación”, tan importantes en la teología cristiana.
I. El pecado de la venta de la vida: una percepción feminista y ecológica
Según la tradición bíblica la denuncia de los pecados cometidos contra los más pobres concernía especialmente a los profetas. La denuncia se hacía en nombre de Dios y se legitimaba a partir de la creencia en un Dios que protege la vida porque es el creador de la vida. Hoy, para muchos movimientos sociales latinoamericanos parece que el recurso a la autoridad divina para legitimar una lucha por la dignidad de la vida está perdiendo fuerza. Y ello debido a que la dominación de los varios imperios está cargada de legitimidad religiosa. Son ellos los que buscan en las fuerzas abstractas del más allá la legitimidad de su dominio.
Las mujeres ya no luchan ni buscan caminos para afirmar su dignidad en nombre de un Dios superior que las justifique o en nombre de su pertenencia a una iglesia institucional. Su divinidad habita en ellas mismas y en la vida que se les entregó para cuidarla. En nombre de esa vida expuesta, de esa vida cuyo sufrimiento se puede ver y tocar, fundan la autoridad de sus actos y la búsqueda de caminos de supervivencia. Y es también en nombre de esa vida que las habita por lo que denuncian los pecados cometidos hacia ellas y los pecados que ellas mismas cometen cuando temen dar el paso del compromiso a favor de sus propias vidas y de la vida de la tierra. Ellas profetizan y cumplen la profecía desde sus vidas.
El pecado ha dejado de ser la desobediencia a una ley externa, ordenada desde fuera, sino que está relacionado con la preservación de la dignidad de sus vidas, de la vida de sus familias y de la vida de la tierra. Todo esto parece fácil de aceptar desde el punto de vista teórico, pero difícil de acoger en la práctica cotidiana. Estas mujeres demostraron que transgredir el orden legal de la explotación se convierte en denuncia de los crímenes de los que matan a los cuerpos y al cuerpo de la tierra haciendo creer que ofrecen trabajo y mejores condiciones de vida para los pobres. Y su acción, pese a algunos pocos elogios, les valió demandas e injurias que se alargan hasta la actualidad. Se les persigue y se les lleva ante los tribunales por su amor a la vida.
II. El proceso de salvación a través de la transgresión del orden establecido
La transgresión es uno de los comportamientos que requiere siempre una contextualización, habida cuenta de que depende del punto de vista de los sujetos que transgreden y de los que juzgan la transgresión. En este sentido es un concepto que puede dar lugar a muchos conflictos y a equívocos. En ese carácter equívoco y en la contradicción inherente a la vida es donde pasamos a entender la transgresión como salvación. En mi opinión, en la tradición de Jesús de Nazaret es ésta la perspectiva que se vive y se enseña. Se transgrede la ley para salvar la vida, visto que la ley principal es la de mantener la vida. Es inevitable la pregunta: ¿qué vida se quiere mantener? ¿Es posible mantener todas las vidas? ¿Quién decide qué vidas hay que mantener?
No hay respuestas únicas y absolutas para estas preguntas. Éstas vienen marcadas por los conflictos inherentes a la vida social, por los imperios económicos, políticos y religiosos organizados para aumentar las ganancias de una minoría en detrimento de la vida de la mayoría y de la vida del planeta. Están marcadas por la ira del momento y por la injusticia e impunidad acumuladas a lo largo de la historia. Cada grupo, intentando guiarse por el bien común, ha de responder a esta cuestión y revisar de forma periódica sus respuestas.
Lo que llamamos salvación entra en ese mismo juego de la vida. Ya no va en una sola dirección, ya no es algo otorgado por un Dios todopoderoso de una vez por todas, ha dejado de ser el gozo eterno en el cielo. Se caracteriza por la conflictividad de nuestra existencia a lo largo de la historia, por los intereses en liza, por las búsquedas honestas que emprendemos en medio de nuestra fragilidad constitutiva. Y surge siempre de forma renovable, al igual que es renovable la vida de todos los seres que existen.
Esta renovación de conceptos y su nueva contextualización parece ser una de las grandes contribuciones que la perspectiva feminista y ecológica asumida por muchas mujeres está realizando a la teología que heredamos. Queda por saber si los lugares donde se crea la teología oficial están lo bastante abiertos como para acoger la novedad de nuestro tiempo y para respirar del soplo de vida que viene de las mujeres del tercer mundo en su búsqueda de dignidad para sí mismas y para el planeta. Por esto, y a modo de conclusión, cabe repetir la pregunta inicial que ha servido de título a este artículo: ¿es posible expulsar a los mercaderes del Templo de la Vida? ¿Quién lo hará? ¿Qué puede hacer cada una y cada uno de nosotros/as?
Estas acciones no pueden limitarse a ser una utopía o un sueño únicamente para el mañana, sino que deben ser un compromiso ético nuestro, de hoy para hoy. Las cegueras tienen que comenzar a disiparse hoy, se tienen que superar las parálisis, es necesario que la sed y el hambre se sacien ahora y que los ríos y los mares, los bosques y las selvas vibren de energía renovada.
Notas al pie del texto.
1. Conversando con las mujeres del Movimiento de Mujeres Campesinas, una de ellas me dijo que el día que decidieron arrancar las plantas de eucalipto en sus ojos brillaban múltiples luces.
En Concilium, núm. 320, abril 2007, pp. 113-116. Reproducido con permiso de la revista.