En peligro de extinción (fragmento-traducción al español)
María Reimóndez
Los seres humanos no somos la maravilla por la que nos tenemos. En realidad somos el mayor factor de alteración del medio natural existente, ni tsunamis ni terremotos tienen nuestra capacidad destructiva vista en colectivo. Es hora de cambiar de dirección y personalmente opto por las intervenciones pequeñas, porque como el viento que erosiona la roca, nosotras podemos erosionar el consumismo y las huellas de carbono. No soy optimista, simplemente creo que las personas pueden colaborar con las fuerzas de la naturaleza de esta manera.
No piensen que es presumir pero debo confesar desde el principio que soy una persona excepcional, en el sentido de fuera de lo corriente. Yo no nací en el consumo ni mi vida se centró en intentar medir mi imagen, en hacerme contar calorías o en alabarme la apariencia. Lo admito, le llevo mucha ventaja en ese sentido a otras personas.
Pero que nadie se desanime, nunca es tarde para convertirse en viento. Lo que quiero decir con esto es que nuestra sociedad produce personas enfermas y un medio enfermo. Personas que centran todas sus fuerzas en parecer ser, en aparentar, en tener, distrayendo la cabeza de cosas mucho más importantes con fotodepilaciones y paseos por centros comerciales. Luego hay otras personas que pretenden que reflexionemos, que hacen arte o agricultura o que simplemente muestran formas de vida diversas con las que una puede o no estar de acuerdo pero por lo menos son alternativas que considerar.
Mi observación de los fenómenos me llevó a la convicción de que las personas podemos ser agentes ecológicos, cosa para la cual no hace falta meterse en un barco a perseguir balleneros, que está muy bien y a mí me encantaría, pero hay formas más sencillas de erosionar. Haciéndose la propia ropa, cultivando el propio alimento, huyendo de esos lugares infernales de cemento que pronto serán ruinas sin nada que ofrecer. Habrá quien piense que propongo una forma de vida primitiva pero al paso que vamos esta será la única forma de vida del futuro porque llegará un día en que las conexiones de transporte serán mucho más escasas, las comunicaciones se ralentizarán de nuevo y entonces, cuando no puedan llegar las papayas latinoamericanas a los estantes de nuestros supermercados, las poblaciones urbanitas llorarán por los campesinos y campesinas que dejaron en su camino de consumo, que tiraron como basura al reciclaje de las casas rurales. Llorarán por el conocimiento perdido, por no saber plantar una patata y por el retroceso de varios cientos de miles de años al principio de la civilización humanas, sólo que ahora con grandes cantidades de mierda en la cabeza, con grandes cantidades de deseos de cosas inalcanzables. Entonces sólo los países que ahora se consideran pobres, esos que todavía conservan la producción de alimentos podrán vivir en paz siempre y cuando no estén infestados de semillas transgénicas que ya nadie podrá producir.
Y está muy bien querer vivir en la ciudad, yo vivo en una, y querer tener otros trabajos que no sean la agricultura, yo también tengo uno, pero a todo esto subyace la mayor verdad: que todos los seres humanos necesitamos comer para vivir. Y cuando comer es una preocupación entonces es que la vida va mal. O por defecto, cuando hay hambre, o por exceso con toda esa obsesión de dieta y obsesiones por el vegetarianismo. Obsesiones ciertamente urbanitas, si me lo permiten. De ahí que decidiera dedicar mi vida a esta causa, a ser un agente ecológico, allá donde más se necesita: en la ciudad. Precisamente porque tampoco es la mía una visión idílica o prehistórica de la naturaleza, el cambio es necesario, pero hay que dejarles a otros seres vivos condiciones para que puedan existir. Si algo hay de verdadero en la naturaleza es la diversidad y el cambio. El problema es que nuestros cambios sólo van en un sentido, en el de la unificación. Por eso, con un pie a cada lado, decidí que dado que tenía el privilegio de haber nacido y crecido en un entorno sano, en un entorno sano de mente, quiero decir, sin obsesiones absurdas que hasta una gallina vería que no tienen sentido, es también mi responsabilidad intentar alterar mi entorno como hace la propia naturaleza, propiciando diversidad y de ahí mi insistencia en permanecer en la ciudad. Porque es aquí donde se necesita el verde, donde hay que buscar lo público lejos de lo comercial, donde hay que usar la lengua propia, donde hay que ejercer la diversidad sexual. Yo me siento profundamente afortunada, tengo la alegría de aglutinar todos estos factores, lo cual me hace el ente ideal para este trabajo. Y ahí en ese trabajo estaré, escondida como la semilla que brota cuando llega la primavera, pero profundamente visible para quien sea capaz de encontrar los ojos. Haciendo ondas a mi paso, transgrediendo las fronteras entre el cemento y los árboles.
Gracias por su atención. De lo otro no tienen que darlas.
En peligro de extinción. Traducido por María Reimóndez. Kns ediciones, 2014. Reproducido con permiso.