Tierra de mujeres (fragmento)

María Sánchez

Hace unos meses leí que había nacido en Madrid una iniciativa llamada «La escalera». Invita a conocer a los vecinos del edificio donde vives usando pegatinas en los buzones. Sentí como una especie de ternura y gracia. Empecé a reír. No paraba de imaginar las pegatinas, los vecinos leyéndolas, comenzando a saludarse entre ellos tras haber metido un trocito de papel en el buzón. «Ahora sí puedo llamar a la vecina del segundo para ver cómo está. Ahora alguien podrá recoger mis cartas, regar las plantas, estar pendiente de casa cuando me voy fuera o de vacaciones.»

En mi cabeza, seguía imaginando situaciones cotidianas resultado de una pegatina en un buzón. Y seguía riéndome, claro.

Porque pensaba en mis abuelas y en todas las mujeres de los pueblos. En sus casas. Con las puertas abiertas, con los zaguanes siempre encendidos. Unas pendientes de las otras, cuidándose entre ellas. Cruzando sus calles con las ollitas calientes, con cestos llenos de huevos y verduras, con el pan bajo el brazo. Compartiendo. Sin necesidad de buzones ni pegatinas. Sin necesidad de que alguien piense como original e innovador algo que es tan primario y que llevamos tan dentro: el afecto y los cuidados hacia los que nos rodean. El apego y la atención. La comunidad y sus vínculos.

Siempre he pensado que lo radical y lo realmente innovador sucede en nuestros márgenes. En nuestro medio rural. En nuestros pueblos. Lazos nuevos, tejidos que se crean, proyectos rompedores, ideas maravillosas, asociaciones, colectivos… y las que están detrás de todas estas iniciativas, en la mayoría de los casos, con mujeres.

Mujeres unidas reivindicándose y haciendo notar su voz. Ocupando los lugares que les correspondían, llegando poco a poco y, al fin, a los medios. Haciéndose con el espacio que les tocaba y que siempre les había sido arrebatado.

Mujeres de tierra, viento y ganado.

Así es como les gusta verse al grupo de ganaderas y pastoras de extensivo Ganaderas en Red. Un grupo de mujeres de diferentes pueblos del territorio que caminan juntas y pelean por lo suyo entre todas. Reivindican su espacio como mujeres en el mundo ganadero, donde siempre ha sido el hombre el visible y el que tomaba la voz. Las mujeres, en la ganadería, siempre han estado ahí, aunque muchos no quieran verlo, prefieran omitirlo. Como las pastoras, mujeres hartas de la idealización de una mujer sola en el campo descansando alegre mientras sus animales pastan. También juntas, de la mano, hablan y se enfrentan con la burocracia que cada día les hace más difícil la tarea y les pone trabas para su forma de trabajo y de producción.

Trabajan juntas y no dejan de alzar la voz por la titularidad compartida. Porque aunque vivimos en tiempos de feminismo y en una sociedad en la que no se para de reivindicar la igualdad, las mujeres de nuestro medio rural siempre han estado ahí, trabajando en el campo, una tarea que se encadenaba, como una extensión, a todas las labores domésticas que ya de por sí realizan. Una injusta asignación del rol productivo que se da siempre de por sí, como tal, en la familia. Ese trabajo de ellas con sus parejas en el campo —escribo «trabajo» y no «ayuda» porque estoy cansada de perpetuar esta desigualdad— nunca ha sido valorado como tal y siempre han aparecido, reducidas, como si no significaran nada, a la categoría de «ayuda familiar». Lo que supone una realidad en el mundo rural llena de desigualdad y, por supuesto, donde la mujer es invisible. Al ser el hombre el único titular, es también el único rostro y voz de cara a la sociedad. Al no existir una titularidad compartida de la tierra, las mujeres siguen sin existir, en un medio lleno de consecuencias nefastas para ellas, y para la sociedad en la que vivimos, perpetuando los valores y sistemas patriarcales y facilitando que el medio rural siga siendo completamente masculino.

Pero ellas no sólo hacen visible y ponen sobre la mesa el papel de la mujer en el medio rural como trabajadoras: pastoras y ganaderas extensivas. Van más allá. Hablan sin tapujos de todas las veces que se han quedado solas en casa cuidando a los suyos y a sus animales, esas horas que nunca terminan dedicadas a los cuidados y a las tareas domésticas. Sacan a la luz la autoexigencia y la culpabilidad que sienten con el trabajo que siempre cargan a la espalda. Porque es difícil quitarse esa mochila que se les impone desde pequeñas a las mujeres de nuestro medio rural. Ser mujeres todoterreno, poder con todo, estar siempre atentas y pendientes de todo y con todos. No podemos convertir este sacrificio y esta desigualdad en una virtud. Nuestras mujeres rurales son mujeres como cualquiera y necesitan lo mismo que el resto: acabar con la constante discriminación e invisibilización.

Como mujeres, también luchan por sus pueblos. Conectividad, servicios básicos, educación, sanidad, cultura. ¿En qué momento hemos permitido que nuestros pueblos y sus habitantes no tengan los mismos derechos que los habitantes de las ciudades? ¿Por qué seguimos perpetuando esta discriminación hacia el medio rural y sus habitantes, agravando ya de por sí la desigualdad que sufren sus mujeres?

Tierra de mujeres. Una mirada íntima y familiar al mundo rural. Seix Barral, 2019. Reproducido con permiso.

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Tierra de mujeres (fragmento) Copyright © 2022 by María Sánchez. All Rights Reserved.

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